marzo 13, 2008

Señales

Tendido, en la acera, a 6 metros de donde estaba parado apenas hace unos segundos, su vida entera pasó ante sus ojos. Recordó aquella fría tarde de invierno, cuando supo, exactamente un año atrás, al erizársele los cabellos de la nuca, que le quedaba un año de vida.

Nunca supo cómo fue que ese pensamiento le llegó a la cabeza, simplemente lo sintió. Le pareció algo sobrenatural, como una advertencia implacable dirigida hacia su persona con la más explicita sutileza.

Trató de no hacerle caso a su inconsciente, a su sexto sentido. Pero no pudo.

Vivió ese año como no había vivido en toda su vida, visitó lugares que jamás habría de imaginar que existieran, conoció personas que se quedarían en su memoria, por el resto de la poca vida que le quedaba.

Le dijo cuánto la amaba pocos días después de que lo supo, ella se quedó estupefacta, se quedó totalmente petrificada, no por el mensaje, o porque finalmente lo que ella tanto había anhelado se había vuelto realidad, sino por la mirada que tenía al momento de decírselo, aquella mirada que cargan los hombres que saben que el fín se acerca. Sin embargo, no pudo descifrar con certeza el mensaje que sus ojos (los de él) externaban.

Enmendó antiguos pleitos, recuperó antiguas amistades, incluso se reencontró con familiares perdidos en las enmarañadas telas de la incertidumbre.

Todo un año tardó en poner su vida en orden, en trabajar como nunca lo había hecho para ser mejor.

Nadie sabía lo que había sido dicho sin palabras a él. Sólo él, abstraído en sus pensamientos, de cuando en cuando se divagaba acerca de todas las cosas que había hecho. Y las que no. Y se lamentó, al escudriñar su pasado, al hacer su inventario de cosas perdidas.

Aquél fatídico día, su cumpleaños, se despertó con un sobresalto y con una sensación que le oprimía el pecho. Sin embargo, notó que estaba tranquilo, mucho más tranquilo de lo que se había sentido en mucho tiempo.

Tomó un largo baño, "reconfortante" fue la primer palabra que le vino a la mente, pasados dos minutos dentro de la ducha. Realmente disfrutó esa ducha, la última que -sin saberlo- tendría.

Desayunó un plato de cereal, una taza de café, y un par de huevos fritos.

Se despidió de su madre y su padre, les regaló una sonrisa que los sorprendió, pues él rara vez sonreía, y que sin embargo, los llenó de una súbita alegría. Le besó a su hermana en la frente, otro gesto que, después de una pequeña reflexión, dio cuenta que nunca había hecho- y se dispuso a recorrer su acostumbrado camino hacia el trabajo.

En el transcurso a su trabajo, fijó su atención en muchas cosas que nunca había notado hasta ese día, lo alto de los edificios, la manera tan peculiar con la que el vendedor de diarios los anunciaba en la esquina de su casa, el mensaje del anuncio espectacular acerca de un conocido refresco que estaba instalado en el techo del edificio frente a su trabajo. Nada de esto le pareció extraño.

Su trabajo transcurrió como todos los días. Sincronizando equipos en distintos estados del país, atendiendo clientes, manteniendo a raya a los clientes insatisfechos y llegando a acuerdos. Un día tan ajetreado como los demás.

La hora de la comida llegó, el platillo que ordenó -y que varias veces había ordenado con anterioridad- le pareció inusualmente delicioso, incluso preguntó si habían hecho algo diferente ese día, obteniendo una respuesta negativa.

Caminó en el parque que estaba a dos calles hacia el este, para dejar reposar la comida. Le pareció ver más colores de lo acostumbrado, vendedores de globos, payasos, merolicos, niños corriendo y jugando en los columpios.

Le pareció buena idea comprar un helado al vendedor de la acera, que estaba camino hacia su trabajo, pagó con el cambio exacto. Le pareció raro que del pago de la comida le hubiera quedado el dinero exacto para el helado que había decidido comprar 20 minutos después.

No cruzó a media calle como tenía acostumbrado, caminó hacia el paso de cebra en la esquina, y esperó a que el semáforo se pusiera en rojo para poder caminar. Mientras esta espera se llevaba a cabo, al otro lado de la calle, vio lo que le pareció la chica más hermosa del mundo, quien cruzaría en dirección opuesta a la suya. Sus miradas se cruzaron. Ella le sonrió, mientras el semáforo cambiaba de color y ambos empezaban a caminar.

Lo siguiente, el caos. No sintió nada, todo pasó a una velocidad tan estrepitosa que nadie tuvo tiempo de reaccionar.

Fue aventado por un carro que salió de la nada, que al parecer tenía mucha prisa, ya que ni siquiera después de haberle arrollado se detuvo. Nadie apuntó las placas, ni nadie fue en su persecución. Todos quedaron estupefactos al ver al joven, a seis metros de la 3er línea amarilla del camino de cebra, yacía él, con un pulmón perforado por dos costillas rotas.

No tuvo tiempo de decir adiós a nadie, nunca se casó, no tuvo hijos, y mientras la voz de la chica sonriente, ahora mirándolo con angustia y desesperación infinitas, reverberaba en lo más recóndito de su cerebro. Y así, mientras una lágrima recorría cada una de sus sienes, y su mirada se perdía en el cielo nublado, dedicó un último pensamiento a su familia, a sus amigos, a su novia, y a sí mismo.

1 comentario:

MelyFu dijo...

con novia y hechandole el ojo a otra morra...¬¬ me chocan...
pero chila historia...digo para refleccionar... ¬¬