febrero 16, 2008

Todo o nada

Cuando hubo terminado su discurso, y hubo terminado de decir esas palabras, las últimas que articularía dirigidas a ella, sintió cómo un gran peso -invisible para los demás- había sido descargado de su espalda; palabras que cayeron como una bomba en ella, revelándole tantas y tantas cosas que ella ignoraba acerca de él.

El amor te vuelve ciego, muchos rezan. Lo que no saben es hasta qué punto; habiéndole confesado sus sentimientos, él, habiendo enseñado sus cartas y, habiendo apostado todo por el todo, finalmente dejó el juego en manos de ella.

Ella no supo qué decir en un principio, pero le quedó claro algo, sufriría demasiado, talvez más que lo que de por sí él ya había sufrido, si tomaba una decisión apresurada; "Todo o nada" había dicho él, "Ser tu amigo ya no me basta" fueron sus palabras. ¿O es que ella escuchó mal?, ¿Es que él está gastándole una broma de muy mal gusto?

La invadió un terror súbito al pensar que lo perdería a él, la única persona que había estado junto a ella durante todo lo que ella había pasado. La única persona en quien ella pudo depositar su confianza a través de tanto tiempo. Y ahora, está al borde de perderlo.

Ella es masoquista, o al menos eso es lo que él ha pensado durante mucho tiempo, alguien con una necesidad de atención, y un miedo al abandono tan grandes, que a pesar de ser golpeada, maltrada psicológicamente, cambiada por los amigos, y demás ocurrencias que al típico patán se le podría ocurrir para hacer sufrir a una mujer, siempre regresaba, jurando amor, jurando fidelidad -aun sin recibirla-, disculpándose, rogando...

Pero él, harto de esta situación, se dispuso a remediarla, o al menos a tratar. "Todo o nada" fueron sus palabras, precesidas por la oferta de estar siempre a su lado, amarla, respetarla, defenderla, exhortarla a ser mejor, jamás abandonarla. Todo esto a cambio de qué, de que ella empiece a quererse, de ver que merece algo mejor que ojos negros, moretones en todo el cuerpo, labios partidos, humillaciones. De verlo como lo que él es, lo que ella realmente merece.

Ella piensa, llora mientras lo hace, se desploma al sentir que sus piernas flaquean más de lo que ella puede soportar mientras él la sostiene para que sus rodillas no se impacten contra el suelo.

Ella lo miró a los ojos por un momento que se le antojó eterno; esos ojos que tantas veces la observaron con una mirada que ella nunca pudo descifrar -¿o talvez nunca trató?. Esos ojos que en esos momentos, decían mucho más de lo que las palabras que salieron por su boca podrían haber dicho jamás. Y entonces ella comprendió, y tomó su decisión.

Él leyó su decision en los ojos de ella, aún antes de que las lágrimas empezaran a bajar por las mejillas, dejando rastros oscuros de rímel por donde pasaban. Para él no hicieron falta las palabras, ni las explicaciones, la conocía mejor de lo que se conocía a sí mismo. Apretó sus manos firme, pero gentilmente, le dió un beso en la mejilla, dió media vuelta, y echó a andar.

Ella quedó de pie, mirándo cómo él se alejaba, caminando a pasos largos, como siempre lo había hecho. Esta vez, él no volteó, ésta vez él no ondeó la mano, esta vez él no regresó.